jueves, 17 de julio de 2008

La canica

Juan estaba empezando a cansarse del tema, los ruidos incensantes de los hijos de los vecinos de arriba no le dejaban descansar tranquilo en su propia casa. Las risas de los niños nunca le habían molestado, le gustaban los niños, pero aquellas risas y sobre todo, el ir y venir de las canicas en el suelo le estaban taladrando el cerebro.


Era un hombre timido, a primera vista podía pasar por antipático por su natural timidez, por ese mismo motivo no conocía a casi ninguno de sus vecinos aunque llevaba casi un año viviendo en aquella casa. Le iba a costar mucho enfrentarse con aquellas personas, aunque tuviera razón. Pensó como afrontar la situación para que fuera menos violenta, y decidió dejarles una nota por debajo de la puerta, una nota directa pero educada, en la que les rogaría que no hicieran tanto ruido, pero sobre todo, que procuraran que los niños no hicieran rodar continuamente esas canicas del demonio.


Su método no dió resultado, al día siguiente las risas de los pequeños parecían mas agudas que nunca, y las canicas zizageaban por su cerebro como si se tratara de su propia sangre, invasoras y dominantes, y Juan ya no lo pudo aguantar, se guardó para sí la timidez y con la valentía que da la cólera subió decidido a poner fín a toda esta historia que lo estaba volviendo loco. Llamó a la puerta, esperó, volvió a llamar de modo mas urgente, pero no le abrieron, tuvieron la poca verguenza de no dar la cara. Y allí estaba él, en el descansillo, mirando la puerta como un imbecil, y sintiendose tan vulnerable que le entraron ganas de echarse a llorar.


Volvió a su casa, sabiendo ya sin duda que le saludarían las risas y los ruidos y dando por asumido que nada podía hacer por evitarlo, salvo mudarse de allí.

A la mañana siguiente, cuando se disponía a salir a la calle, se topó en la puerta del portal con la vecina de primero, una encantadora señora ya mayor, que vivió toda la vida en la finca, y, a fín de agotar el último cartucho le preguntó sobre sus escandalosos vecinos, aquellos que estaban a punto de vencerlo sin tan siquiera conocerlos.


- Debe de estar usted confundido joven, arriba de usted no vive nadie hace , dejeme pensar, sí, diez años hará el mes proximo. ¿Que si estoy segura?, como para no estarlo, esa casa no creo que se vuelva a vender si se conoce la historia, los últimos vecinos, eran un padre viudo con dos niños pequeños, una tragedia, los niños se pasaban el día jugando con las canicas, aunque el padre no se cansaba de decirles que tuvieran cuidado, que con tanta canica por el suelo podrían resbalar y hacerse daño. Desgraciadamente, aquello resultó un vaticinio, un día el padre resbaló con una de ellas y al caer se golpeó la cabeza contra el quicio de una mesa muriendo en el acto, los pobres chiquillos lo presenciaron todo, y no se sabe si fué la pena o es que su padre no quería que se quedaran solos, pero a los pocos meses de su muerte, los dos angelitos se fueron con él.

Juan después de muchos meses, supo exactamente lo que debía hacer, y al día siguiente abandonó su casa. No quería oir el ruido de una canica corriendo por el suelo nunca más.


Y vosotros, ¿nunca habeis oido correr por el techo de vuestra casa una canica? porque yo sí.



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